jue. Oct 23rd, 2025

Por Redacción:

Ciudad de México.- El equipo universitario de Valorant acaba de perder su tercera ronda consecutiva. El marcador muestra 0-3 y la tensión es palpable dentro del equipo. Antes de la siguiente ronda, el líder del equipo solicita una pausa de treinta segundos. No hay gritos ni reproches. En cambio, ajustan la formación inicial, redistribuyen la economía de armamento y establecen un objetivo claro: controlar el sitio B en los primeros cuarenta segundos. La siguiente ronda termina 1-3. La subsecuente, 2-3. Al finalizar la partida, aunque pierden 11-13, han logrado capturar objetivos en el 60% de las rondas posteriores al ajuste. El resultado no fue victoria, pero el proceso demostró algo más valioso: la capacidad de persistir y organizarse como equipo, aun bajo presión.

Esta escena ilustra el núcleo de lo que hace a los videojuegos competitivos un espacio único de formación: cada partida entrega información accionable de forma inmediata. A diferencia de contextos donde el feedback llega semanas o meses después, los esports permiten a los jugadores observar las consecuencias de sus decisiones en tiempo real, ajustar estrategias y volver a intentarlo minutos después. Este ciclo de práctica–evaluación–mejora construye perseverancia de manera orgánica y sostenida.

El entrenamiento estructurado en esports comparte metodologías con disciplinas deportivas tradicionales. Los equipos competitivos dedican sesiones específicas a scrims (partidas de práctica pueden ser entre ellos o contra otros equipos), análisis detallado de VODs (grabaciones de partidas) y revisión de métricas básicas que incluyen no solo el K/D ratio —la proporción entre logros y bajas— sino también objetivos capturados por minuto y coordinación de habilidades especiales.

Los jugadores profesionales dedican tiempo considerable a identificar errores específicos, evaluar procesos de toma de decisiones y aprender sistemáticamente de cada iteración, transformando datos en estrategias de mejora concretas.

La resiliencia en este contexto no es abstracta: se fortalece mediante el manejo de la presión competitiva, la comunicación efectiva bajo estrés y, fundamentalmente, la regulación emocional. Investigaciones recientes sobre la psicología de los videojuegos competitivos destacan que la regulación emocional permite a los jugadores mantener el procesamiento racional incluso en momentos de alta presión, habilidad crítica para sostener el desempeño cuando las circunstancias son adversas.

El Dr. Luis Gutiérrez, Vicerrector Académico en Tecmilenio, sintetiza esta filosofía: “Perseverar no es repetir; es iterar con intención. Cuando el equipo aprende a leer el juego, también aprende a leerse a sí mismo.” Esta capacidad de autoevaluación y ajuste consciente marca la diferencia entre la práctica mecánica y el aprendizaje genuino.

La mentalidad de crecimiento en esports se refleja en la definición de metas específicas y alcanzables. En lugar de objetivos difusos como “mejorar en el juego”, los jugadores establecen micro-objetivos por sesión: incrementar la precisión de últimos golpes en un 15%, optimizar rotaciones entre objetivos, mejorar la economía de recursos para llegar a rondas clave con ventaja material. Muchos equipos mantienen bitácoras de progreso donde registran no solo resultados, sino también observaciones cualitativas sobre comunicación, estado emocional y coordinación de equipo.

Estudios sobre habilidades psicológicas en esports identifican componentes como control de la atención, control emocional, comunicación, cohesión de equipo y gestión de objetivos como factores determinantes del rendimiento. Estas competencias no permanecen confinadas a la pantalla: se transfieren directamente al ámbito académico y profesional.

Los hábitos que elevan el rendimiento en esports, constancia en la práctica deliberada, planeación estratégica, trabajo colaborativo, pensamiento analítico, toma de decisiones basada en datos y capacidad de aprender de cada iteración, son exactamente las competencias que instituciones educativas deben desarrollar en sus estudiantes y las organizaciones contemporáneas valoran en egresados y equipos de trabajo. La diferencia radica en que los videojuegos ofrecen un entorno de bajo riesgo donde estos hábitos pueden cultivarse con retroalimentación inmediata.e

La retroalimentación entre pares constituye otro pilar del desarrollo competitivo. Después de cada sesión de práctica o torneo, los equipos dedican tiempo a dialogar abiertamente sobre qué funcionó y qué requiere ajuste. Esta cultura de mejora continua basada en evaluación objetiva y comunicación constructiva replica exactamente las dinámicas de equipos de alto desempeño en cualquier industria.

Para estudiantes que consideran profesionalizarse en la industria de los videojuegos, estas experiencias de aprendizaje trascienden la habilidad mecánica con un control. Comprender cómo se construyen ciclos de feedback, cómo se diseñan sistemas de progresión que mantienen la motivación, cómo se balancea la dificultad para estimular el crecimiento, y cómo se cultivan comunidades saludables en torno a la competencia son conocimientos fundamentales para quienes aspiran a diseñar, desarrollar, gestionar o analizar videojuegos desde una perspectiva profesional.

Instituciones como Tecmilenio han respondido a esta realidad integrando los esports como experiencia formativa, con programas de entrenamiento y espacios especializados como la Arena Alienware-Halcones Esports. Más allá de la competencia, esta aproximación busca desarrollar habilidades de liderazgo, trabajo colaborativo y pensamiento estratégico que complementan la formación académica en áreas como desarrollo de software, diseño gráfico y animación. La formación no se limita a enseñar herramientas técnicas; cultiva la capacidad de pensar críticamente sobre cómo los videojuegos pueden ser vehículos de aprendizaje significativo y desarrollo integral.

La próxima vez que un jugador analice sus estadísticas después de una derrota, estará ejercitando exactamente las mismas habilidades que necesitará para revisar un proyecto académico, evaluar el desempeño de un equipo de trabajo o ajustar una estrategia de negocio ante resultados inesperados. La pantalla no es el destino del aprendizaje; es el laboratorio donde se entrenan la resiliencia, la perseverancia y la mentalidad de crecimiento necesarias para prosperar en cualquier campo que exija adaptación constante, análisis riguroso y persistencia inteligente. Cada partida perdida no es un fracaso, es un aprendizaje que abre el camino hacia la siguiente iteración, la siguiente mejora, el siguiente nivel de comprensión sobre el propio potencial de crecimiento.