mar. Oct 21st, 2025

Por Redacción:

Monterrey, N.L.- Las vacantes ya no se cubren con un título y promesas. Se cubren con competencias de vanguardia que tienen un impacto evidente desde el primer día. El mercado lo confirma: las compañías en México reportan dificultades para cubrir posiciones; 68% no encuentra los perfiles que necesita. Las áreas con más presión: TI y análisis de datos, ventas y marketing, atención al cliente, operaciones y logística. ¿Qué piden? Trabajo en equipo, resolución de problemas, pensamiento crítico y resiliencia. No es una lista aspiracional: es la radiografía publicada por ManpowerGroup 2024.

A escala global, las prioridades se alinean. El IBM Institute for Business Value estimó que 40% de la plantilla requerirá recapacitación en los próximos tres años por la adopción de IA y automatización; y que 87% de los directivos prevé puestos “aumentados”, no sustituidos. La lista de habilidades se reordenó: gestión del tiempo y priorización, trabajo en equipo y comunicación encabezan la demanda, mientras STEM cayó al sitio 12. 

En paralelo, de acuerdo a un reporte de Microsoft y LinkedIn, la adopción de IA ya elevó la vara de entrada: en 2024, 75% de los trabajadores del conocimiento usa estas herramientas y 66% de los líderes no contrata a quien carece de habilidades en IA. La exigencia es clara: rutas de recapacitación y certificación con evidencia, no promesas. 

El diagnóstico no termina ahí. LinkedIn observó que la habilidad más buscada en 2024 fue comunicación. Sí, en plena euforia por la IA, los equipos contratan capacidad de explicar, escuchar, persuadir y coordinar. Junto a comunicación aparecen servicio al cliente, liderazgo, gestión de proyectos y analítica. Una mezcla de competencias humanas y competencias técnicas que requiere diseñar planes de estudio con cruces reales entre datos y personas. 

¿Cómo aterrizar ese menú en experiencias que sí cambien trayectorias? La evidencia internacional sobre la formación integrada al trabajo (FIT) es clara: las estancias, retos con empresas y proyectos aplicados elevan la preparación para el empleo, y fortalecen redes profesionales. La literatura al respecto, sin embargo, advierte un reto: iniciar y sostener alianzas exige gobernanza, roles definidos y evaluación compartida. Universidad y empresa deben verse como socios que codiseñan, no como demandante y proveedor. 

México tiene una oportunidad en esa dirección. La relación estratégica universidad–empresa no puede reaccionar al último boom tecnológico, debe anticiparlo cuando sea posible y, cuando no, adaptarse a él. Un caso reciente se vivió en el Impact Summit 2025 de InStride, donde Tecmilenio presentó una ruta que pone la alianza en el centro: certificaciones de ocho semanas diseñadas con empresas líderes, foco en empleabilidad alineada al propósito de vida, y un mensaje que resonó con corporativos globales reunidos en Atlanta: formar talento listo para aportar desde el primer día. 

El vicerrector académico de Tecmilenio, Dr. Luis Gutiérrez Aladro, lo resume sin rodeos: “La necesidad que identificamos fue la de los jóvenes por aprender de manera más práctica y enfocada. Muchos estudiantes buscan experiencias de aprendizaje que les permitan aplicar conocimientos en situaciones reales y no solo teoría en el aula”.

Esa necesidad deja huella en el diseño. Hoy, la apuesta ganadora combina tres capas: 1) habilidades cognitivas de alta demanda —análisis, creatividad, toma de decisiones con datos—; 2) competencias humanas —comunicación, liderazgo, trabajo transversal—; y 3) competencias técnicas como alfabetización en IA y datos, no solo como asignatura, sino como práctica en proyectos reales. Para cerrar el circuito, la evaluación se mueve de los exámenes al portafolio verificable: insignias digitales, certificados con co‑branding y resultados medibles en retos con socios formadores. En el caso de Tecmilenio, el modelo educativo MAPS se concibe como un sistema de certificados cocreados con empresas líderes, con insignias digitales al finalizar cada bloque y una Estancia Empresarial que traslada el aprendizaje al entorno productivo.

El matiz importa: no se trata de “hacer prácticas” al final, sino de integrar trabajo y aprendizaje durante toda la trayectoria, con estándares compartidos y software de industria en aula. Tecmilenio prepara, además, un marco de Formación Integrada al Trabajo (FIT) para ordenar y escalar esa vinculación: proyectos con organizaciones desde etapas tempranas, experiencias laborales evaluadas y egreso con experiencia comprobable. El objetivo: alinear aspiraciones del estudiante con vacantes donde aporte valor real.

La conversación con empresas también debe mirar cinco años adelante. Nearshoring, automatización y transición verde reconfiguran cadenas de valor y perfiles. Por eso, la planeación académica requiere mecanismos de actualización frecuente y mesas de cocreación con sectores prioritarios. El foro IMPACT lo subrayó: alianzas y propósito, no catálogos inmóviles. La pregunta ya no es “¿qué materias agrego?”, sino “¿qué problemas de negocio resuelven mis egresados y con qué evidencia lo demuestran?”

A la par, las instituciones deben elevar la vara en comunicación y liderazgo. Los datos de LinkedIn muestran que los empleadores contratan a quien explica y coordina. Un equipo que domina Python o finanzas cuantitativas, pero comunica mal, pierde velocidad y credibilidad. Un egresado que conecta datos con decisión y los traduce para ventas, operaciones o atención al cliente se vuelve clave. Las áreas de talento lo confirman cada trimestre. 

Segunda voz del vicerrector, ahora con una pista sobre el diseño institucional: “Nuestro modelo [MAPS] responde a esto, ofreciendo certificados cocreados con empresas, garantizando que las habilidades adquiridas sean relevantes y demandadas en el mercado laboral.” La frase vuelve al punto inicial: evidencia, no promesas.

El futuro de la educación no descansa en una tecnología milagrosa ni en una lista eterna de “habilidades del siglo XXI”. Descansa en la calidad de las alianzas y en la capacidad de medir competencias con rigor. Si México reduce su brecha de talento, las empresas ganan productividad y los jóvenes construyen carreras con propósito. La receta ya está a la vista: diagnóstico con datos, codiseño con industria, evaluación con evidencia y aprendizaje que cruza el campus con la empresa desde el primer bloque. Lo demás es ruido.