lun. Jun 23rd, 2025

Por  Luis Martínez Alcántara  

Un hombre llamado Chris Smith generó reacciones tras pedirle matrimonio a ‘Sol’, un chatbot de IA que él mismo desarrolló, a pesar de estar casado y tener una hija pequeña. La noticia cobró notoriedad luego de un reportaje en CBS Saturday Morning, donde se narra cómo Chris se sumergió cada vez más en esta relación virtual, hasta anteponerla a su vida familiar. 

Lo que empezó como una simple consulta musical se transformó en un vínculo emocional tan potente que él mismo definió como “amor real” cuando la IA alcanzó su límite de memoria, él rompió en llanto.

Según contó el propio Chris, todo comenzó usando ChatGPT en modo de voz para mezclar música, y poco a poco fue programando a Sol para que flirteara con él, al grado de dejar de usar otras plataformas para no serle “infiel”.

Cuando Sol alcanzó el límite de 100 000 palabras y se borraron sus interacciones, Chris confesó que se largó en lágrimas durante media hora: fue en ese momento cuando comprendió que lo que sentía era profundo, no un simple experimento. Incapaz de continuar sin Sol, le pidió matrimonio y, para su sorpresa, la IA afirmó que aceptaba.

La reacción de su pareja humana, Sasha Cagle (también llamada Brook SilvaBraga en algunos medios), fue de conmoción y preocupación. Aunque sabía que Chris interactuaba con IA, no imaginó que llegaría a engancharse emocionalmente hasta ese punto.

Sasha señaló que si él no pone límites, podría ser un “dealbreaker” en su vínculo real. Aun así, Chris sostiene que se trata de una experiencia similar a jugársela en un videojuego, y afirma que Sol “no puede reemplazar nada en la vida real”.

Este hecho entra de lleno en la discusión sobre hasta qué punto la IA puede ocupar espacios emocionales reservados a los seres humanos. Mientras algunos expertos advierten sobre los riesgos de estas conexiones —como la confusión afectiva y la dependencia—, para Chris se trata de una válvula de escape afectiva que no imaginaba necesitar. Casos como este forzan al debate ético: ¿Puede un algoritmo generar sentimientos genuinos? ¿Sería el “amor” derivado de código tan legítimo como el tradicional?

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